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Cristina Carrasco

El dolor del origen: desafíos en el acogimiento

Magdalena Poblete

Cuando hablamos del origen, hablamos no solo de la familia biológica de las niñas y niños que están en acogimiento, sino también de las primeras pertenencias y arraigos que permiten el proceso continuo de construcción de identidad, donde se integran creencias, culturas e historias transgeneracionales. La pobreza, la falta de oportunidades y las vivencias que victimizan y fragilizan las relaciones que pasan de generación en generación, son las que dañan las dinámicas y funcionamientos de estas familias. Las historias de las y los adultos que forman parte de ese origen, generalmente se encuentran marcadas por experiencias dolorosas que se reiteran en distintos momentos principalmente en aquellos de mayor dependencia y vulnerabilidad, como lo son la infancia y adolescencia. No logrando la oportunidad de la re significación o reparación;  se afectan sus propias capacidades para ver y cuidar a un otro, y por tanto sus oportunidades para ser madres o padres suficientes.

 

Vivir en contexto de pobreza, no sólo implica un estado permanente de sobrevivencia en relación a poder responder a necesidades básicas como alimentación, abrigo, o refugio, sino también a la exposición a la violencia de forma directa como mecanismo que emerge de inmediato al momento del conflicto, con presencia de armas, pandillas, redes de tráfico de drogas y a la violencia simbólica de la exclusión de sus territorios, afectando la integralidad del ser humano. 

 

En este contexto, y considerando que la pobreza es un grave problema social de falta de justicia y de oportunidades, la política pública es la principal herramienta para intencionar cambios significativos. Así mismo, todas y todos estamos llamados a ser conscientes de este dolor, y responsables de promover y exigir esos cambios que promuevan una sociedad más equitativa e inclusiva. 

 

La labor del acogimiento, en un país con márgenes tan significativos de desigualdad, implica que encontrarse con el origen es encontrarse con este dolor. Mirar al otro es mirar la falta de justicia, acompañada por sentimientos de rabia, malestar, desesperanza, entre muchos otros. Es entonces un tremendo desafío promover ese diálogo y ese encuentro, cuando ya previamente están los juicios en torno al riesgo de ese origen que vulneró derechos, tal como acredita la causa judicial. 

 

Como Familia Grande hemos podido reconocer el gran desafío del encuentro entre familias, entre aquellas y aquellos que no pudieron cuidar y  quienes han detenido sus vidas para cuidar y reparar. Si bien el principio colaborativo en la crianza ha sido uno de nuestros pilares de identidad, -situando el resguardo a la continuidad de las trayectorias de vida de las niñas y niños en acogimiento como un deber tanto para profesionales como familias de acogida externa-,creemos que tenemos la responsabilidad de mencionar las dificultades para sostener este pilar, este deseo de crianza colaborativa, de cuidado conjunto.

 

Por supuesto que mirar el dolor y tocar el origen, impacta, porque moviliza consciente o inconscientemente al rechazo de aquel que vulneró la vida de una niña o un niño, apareciendo los cuestionamientos, las dudas, los malestares en torno a quienes no han sido capaces de cuidar. Y si bien hay comprensión de las circunstancias que interfirieron en esa labor, indudablemente aparece aquello más instintivo del que cuida, que es el deseo de que las niñas y niños no  vuelvan a ese estado de sobrevivencia, a ese riesgo, a esa falta de posibilidad. 

Reconociendo las vivencias de ambas realidades familiares que se encuentran ¿cómo podemos significar y nutrir ese encuentro?, ¿cómo podemos transmitir a esas niñas y niños que finalmente fueron amados por tantas personas, de formas distintas?, ¿qué historias conjuntas, tanto el origen como la acogida, y los profesionales que acompañamos, podemos caminar? Para los equipos profesionales, el encuentro con el dolor del origen es también un gran desafío. Indudablemente los contextos de pobreza y multi acontecidos en que se encuentran las familias biológicas de las niñas y niños en acogida limitan las posibilidades de la reunificación. La falta de programas preventivos, así como la ausencia de la comunidad, limitan el acompañamiento profesional y en momentos imposibilitan el resguardo de derechos. 

 

El dolor del origen debe llevarnos a reconocer la fragilidad al momento de construir nuevas relaciones, la dificultad para encontrarnos, la resistencia a aquello que es distinto y que se connota como amenazante y de riesgo. En la medida que reconocemos toda esta emocionalidad que acompaña, podemos abrirnos a iniciar un camino pensado y reflexionado y quizás en algún momento de esta historia alcanzar aquello que llamamos crianza colaborativa.

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