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Magdalena Poblete

Reconocer el origen: una posibilidad de ser y estar, reivindicando el derecho de niñas y niños a ser vistos y escuchados.

El 21 de junio se conmemora el día nacional de los pueblos originarios, día que simboliza un nuevo comienzo en el retorno al sol, un nuevo ciclo con la naturaleza y las personas, celebrándose así, en el solsticio, su conexión ancestral con la tierra y la renovación de la vida. 

 

En este día, relevamos la importancia del reconocimiento de las diversas culturas, lenguas y tradiciones, de los distintos rituales y ceremonias, lo que obtiene directa relación con la labor que realizan las familias de acogida en su acción transformadora y frente al desafío de ofrecer a tantas niñas y niños, un espacio de encuentro y conexión mediante su permanencia en los cuidados, en su intento por respetar su origen, reivindicando su derecho a ser visto y a ser escuchado, emergiendo por tanto de este encuentro, la posibilidad de validar y reconocer a ese niño y a esa niña como sujeto de derecho y de cambio social. 

 

Lamentablemente la población infantil como categoría histórica, ha sido permanentemente un sector invisibilizado y postergado en su rol de cambio dentro del tapete social y político, y especialmente, si pertenecen a un sector de mayor pobreza y vulnerabilidad, ya que quedan altamente desprotegidos cuando por orden judicial son desarraigados de sus familias, de sus raíces, poniéndose en riesgo su identidad y origen, siendo excluidos culturalmente en su papel de actores sociales y como beneficiarios de servicios en un sistema que no logra llegar a tiempo. 

 

El cuidado en el acogimiento, lo podríamos entender entonces, dentro de una perspectiva mucho más amplia de reparación y resignificación de los derechos que han sido vulnerados, ya que se integra como parte de la misma labor, el reconocimiento de la diversidad como una posibilidad de ser y estar en un tejido social que, en su dimensión más primaria, reconoce al niño y niña en su totalidad, con su identidad y su propia historia.

 

Así, mediante esta acción, el sol se acerca a la tierra y comienza el tiempo de una nueva siembra, siendo parte de nuestra responsabilidad como garantes de derecho, de orientar los recursos en volvernos parte de la cultura e identidad de esa niña y ese niño, ayudándolos no solo a sanar las heridas marcadas en su corta vida, sino también, a integrar y reconocer en su historia aquello que les pertenece como parte de un constructo que le posibilita volver a confiar, volver a vincularse y volver a crear un nuevo comienzo en el retorno a su origen.

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